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Bitácora en la Ciudad.

Carta

Un poco de orden... (retomando)

El color púrpura.

El color púrpura.

"Sólo si me muero dejaré de escribir".

El color púrpura me llegó y ahora sólo tengo cabida para ese color... excelente pelicula y cómo las cartas, las letras dedicadas cambian el mundo aún tan injusto y triste. Una mano a la solidaridad, al cariño, al respeto, al afecto entre la humillación la opresión y el machismo, lo dicho el color púrpura sin duda.

Carta.

Carta.

"Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, posiblemente no diría todo lo que pienso, pero en definitiva pensaría todo lo que digo".
Daría valor a las cosas, no por lo que valen, sino por lo que significan.
Dormiría poco, soñaría más, entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos, perdemos sesenta segundos de luz.
Andaría cuando los demás se detienen, despertaría cuando los demás duermen.
Escucharía cuando los demás hablan, ¡y cómo disfrutaría de un buen helado de chocolate!
Si Dios me obsequiara un trozo de vida, vestiría sencillo, me tiraría de bruces al sol, dejando descubierto, no solamente mi cuerpo sino mi alma.
Dios mío, si yo tuviera un corazón, escribiría mi odio sobre el hielo, y esperaría a que saliera el sol. Pintaría con un sueño de Van Gogh sobre las estrellas un poema de Benedetti, y una canción de Serrat seria la serenata que les ofrecería a la luna.
Regaría con mis lágrimas las rosas, para sentir el dolor de sus espinas, y el encarnado beso de sus pétalos...
Dios mío, si yo tuviera un trozo de vida... No dejaría pasar un solo día sin decirle a la gente que quiero, que la quiero.
Convencería a cada mujer u hombre de que son mis favoritos y viviría enamorado del amor.
A los hombres les probaría cuán equivocados están al pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen, ¡sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse!
A un niño le daría alas, pero le dejaría que él solo aprendiese a volar.
A los viejos les enseñaría que la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido.
Tantas cosas he aprendido de ustedes, los hombres... He aprendido que todo el mundo quiere vivir en la cima de la montaña, sin saber que la verdadera felicidad está en la forma de subir la escarpada. He aprendido que cuando un recién nacido aprieta con su pequeño puño, por vez primera, el dedo de su padre, lo tiene atrapado por siempre. He aprendido que un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayudarle a levantarse.
Son tantas cosas las que he podido aprender de ustedes, pero realmente de mucho no habrán de servir, porque cuando me guarden dentro de esa maleta, infelizmente me estaré muriendo." 

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

_"Llevo días acordandome de esta carta, me la dierón hace tiempo en el instituto,una amiga y compañera, vuelvo a leerla, retomarla de alguna manera."

Las palabras...

Las palabras...

El secreto de las palabras.

Las palabras esconden el secreto de la felicidad.

Pero al contrario que la mayoria de los secretos escondidos, para llegar a éste, no hay que apartar aquello que lo esconde, sino viceversa.

Bocetos ... pensamientos...palabras.

Bocetos ... pensamientos...palabras. Por la mañana la rutina no me dejó ver lo que había pensado, pero ahora, sola en mi habitación, comienzo a darme cuenta.

Hay risas en el salón, pero no puedo ni quiero unirme a ellas.

Leo algún libro, escucho música...

Sé que estoy triste, lo noto en mis ojos, lo puedo sentir en el nudo que se forma en mi garganta, pero no voy a llorar, no pienso llorar.

A veces me gustaría estar sola para siempre, caminar sin rumbo para siempre y no hablar con nadie para siempre.

A veces el mundo se vuelve tan grande que el miedo viene a dormir conmigo y yo ya no lo quiero, ni siquiera él es buena compañía.

Susurro cosas a mi oído, hago muecas a mi rostro y sé que estoy triste, pero no voy a llorar, no quiero llorar.

Se me ocurre que la vida es de cada uno, se me ocurre que tiene que hacer frío allá afuera, está lloviendo.

Enciendo un cigarro y echo un vistazo al cenicero...

Sueño grandes motivaciones que ya no existen, imagino intensas conversaciones que solo tengo conmigo y me digo que no importa, que lo real tal vez no lo sea.

Ahora mi mundo es más amplio, ahora imagino y sueño sin preguntar si puedo hacerlo, ahora simplemente lo hago.

Las lágrimas ya están aquí, en las cuencas de mis ojos se empeñan en hacerme compañía y poco a poco descienden por mi rostro a pesar de mi disconformidad porque lo hagan.

Cuando ha pasado un rato, encuentro que las lágrimas son buena compañía en soledad, que te hacen sentir terriblemente bien, soberanamente vulnerable.

Me gusta, su compañía me gusta y creo que me la quedaré, si, creo que lo haré.

Siempre que necesite a alguien, lloraré tan profundo que ellas lo sabrán.

Vendrán sin opiniones absurdas, sin consejos, sin compasión...

Simplemente vendrán.

Luna, Martes 3 de mayo 2005

Historias

Historias J.D Salinger
"El guardian entre el centeno".
Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo eso de mi infancia, que hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás idioteces, estilo David Copperfield; pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero, porque es un aburrimiento, y segundo porque a mis padres les daría un infarto si yo me pusiera acá a hablar de su vida privada. Para esas cosas son especiales, sobre todo mi padre. Son buena gente, no digo que no, pero a quisquillosos no les gana nadie. Además, no se crean que voy a contarles mi autobiografía con todos los detalles. Sólo voy a hablarles de una cosa loca que me pasó la última Navidad, antes que me quedara tan débil que tuvieran que mandarme acá a reponerme un poco. A D.B. tampoco le he contado mucho más, y eso que es mi hermano. Vive en Hollywood. Como no está muy lejos de este antro, me viene a ver casi todos los fines de semana. El será quien me lleve a casa cuando salga, quizás el mes que viene. Acaba de comprase un 'Jaguar', uno de esos cacharros ingleses que levantan a doscientas millas por hora como si nada. Como cuatro mil dólares le ha costado. Está lleno de plata, el tipo. Antes no. Cuando vivía en casa era solamente un escritor común y corriente. Por si no saben quién es, le diré que escribió El pececito secreto, que es un libro de cuentos de primera. El mejor de todos es el que se llama igual que el libro. Se trata de un niño que tiene un pez y no se lo deja ver a nadie porque se lo ha comprado con su dinero. Es una historia buenísima. Ahora D.B. está en Hollywood prostituyéndose. Sin hay algo que odio en el mundo es el cine. Ni me lo nombren.

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Cuando ya había cerrado la puerta y volvía hacia el salón me gritó algo, pero no le oí muy bien. Creo que dijo "buena suerte". Ojalá me equivoque. Ojalá. Yo nunca diré a nadie "buena suerte". Si uno lo piensa bien, suena horrible.

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... lo que hice fue describir el guante de béisbol de mi hermano Allie, que era un tema estupendo para una redacción. De verdad. Era un guante para la mano izquierda, porque mi hermano era zurdo. Lo lindo es que tenía poemas escritos en tinta verde en los dedos y por todas partes. Allie los escribió para tener algo que leer cuando estaba en el campo esperando. Ahora Allie está muerto. Murió de leucemia el 18 de julio de 1946 mientras pasábamos el verano en Maine. Les hubiera gustado conocerlo. Tenía dos años menos que yo y era cincuenta veces más inteligente. Sus profesores escribían continuamente a mi madre para decirle que era un placer tener en clase a un alumno como mi hermano. Y no lo decían porque sí. Lo decían de verdad. Pero no sólo era el más inteligente de la familia. Era también el mejor en muchos otros aspectos. Nunca se enfadaba con nadie. Dicen que los pelirrojos tienen mal genio, pero Allie era una excepción, y eso que tenía el pelo más rojo que nadie. Les contaré un caso para que se hagan una idea de lo pelirrojo que era. Yo empecé a jugar al golf cuando tenía sólo diez años. Recuerdo una vez, el verano en que cumplí los doce años, que estaba jugando y de repente tuve el presentimiento de que si me volvía vería a Allie. Me volví y ahí estaba mi hermano, montado en su bicicleta, al otro lado de la cerca que rodeaba el campo de golf. Estaba nada menos que a unas ciento cincuenta yardas de distancia, pero le vi claramente. Tan rojo tenía el pelo. ¡Dios, qué buen chico era! A veces en la mesa se ponía a pensar en alguna cosa y se reía tanto que poco le faltaba para caerse de la silla. Cuando murió tenía sólo trece años y pensaron en psicoanalizarme y todo porque hice añicos todas las ventanas del garage. Comprendo que se asustaran. De verdad. La noche que murió dormí en el garage y rompí todos los cristales con el puño sólo de la rabia que me dio. Hasta quise romper las ventanillas del coche que teníamos aquel verano, pero me había roto la mano y no pude hacerlo. Pensarán que fue una estupidez pero es que no me daba cuenta de lo que hacía y además ustedes no conocían a Allie. Todavía me duele la mano algunas veces cuando llueve y no puedo cerrar muy bien el puño, pero no me importa mucho porque no pienso dedicarme a cirujano, ni a violinista ni a ninguna de esas cosas.
Pero, como les decía, escribí la redacción sobre el guante de béisbol de Allie. ...