Blogia
Bitácora en la Ciudad.

Escritoras

Correspondencia… agradecimiento a Susana Guzner.

Correspondencia… agradecimiento a Susana Guzner.

Carmen Laforet.

Carmen Laforet.

Carmen Laforet ’cumple’ cien años.

Con solamente 23 años, 23, Carmen Laforet ganó, con su primera novela, ’Nada’, el primer premio Nadal de la historia. Se ignora si hubo algún periodista que corriera, desde el Café Chino de La Rambla, donde se falló, a buscar algún teléfono para cantar la noticia. Sí cuentan que César González-Ruano, que era el gran favorito, se reconcomía por dentro en su casa de Sitges. Corría el año 1945. ¿Quién es esa chica? Nadie la conocía, era posguerra, las mujeres no se suponía que escribieran y mucho menos que ganaran premios. Encima, la obra retrataba la grisura ambiental de una España mediocre, en contraste con el idealismo y la vitalidad juveniles. Lo más importante, en fin: leída hoy, resiste el paso del tiempo.

Hoy, en el Instituto Cervantes, sus hijos Agustín y Cristina Cerezales, entregarán varios cartas, libros dedicados y otros objetos. Laforet tuvo intercambio intelectual con otros grandes nombres de su tiempo, como muestran sus epistolarios publicados con Ramón J. Sender o Elena Fortún. Como articulista, se mostró como una mujer moderna, libre, crítica e irónica. A nuestro compañero Manuel del Arco le dijo, en una entrevista de 1956, que ella escribía "por aventura, porque es vital ser novelista y la vida toda me parece aventura".

 


 

Siempre hay una mujer ...

Siempre hay una mujer ...

Cuéntame una historia ...

Cuéntame una historia ... Cuéntame una historia, Ana
¿Qué clase de historia?
Una con música de fondo.

Escucha. Era una estación como tantas otras, pequeña y olvidada. Como pequeña era la ciudad de la que huía. Estaba sola. Eché de menos a otros viajeros. Siempre me ha gustado observarles, destramar su recorrido, atisbar los libros que leen, medir su espera, disfrazar la mía…

Era una madrugada fresca, pese a que el sol del amanecer apuntaba a calor. Un día que había dejado de ser hermoso cuando decidiste partir y partirme. Ahora me iba buscando una casa a la que volver.

Estaba a punto de dormirme con la cabeza sobre la mochila cuando entró un anciano de ojos tristes. Tan tristes que yo, ya sin sueño, no podía dejar de mirarle. Junto a su vieja maleta dejó reposar una guitarra y una botella. Encendió un cigarro, bebió un trago infinito, se sentó en la maleta. Y cogió su guitarra. Durante lo que creí mucho tiempo no hizo nada, sólo dejar que el cigarro se consumiera en los labios. Pero de repente mi madrugada se llenó de música quejumbrosa y nostálgica. Gemía una canción de blues con notas tan profundas como un misterio. La voz del anciano lloraba lamentos serenos y mi piel cobró vida propia a ritmo de blues. Seguí su música como si fuera una luz en la que encontrarme.

Llegó el tren. El anciano, su guitarra y su voz se perdieron en la estación. Cuando volví a mirar ya no pude verle. Cierro los ojos y aún puedo oír aquella canción, que ahora, igual que entonces, me turba y me guía, como un faro en la niebla, hasta el epicentro del corazón. Todavía hoy, después de haber bregado por pasajes insólitos, encrucijadas inciertas, espacios sutiles, dudo razonablemente si aquel anciano, su guitarra y su canción de blues, poseen una presencia material o ficticia. Si es un recuerdo más del cementerio de lo fingido o imaginado, de lo que, al igual que tú, creí real y fue tramoya.

Cuéntame un cuento, Pew

¿Qué clase de cuento, pequeña?
Uno con final feliz.
En el mundo eso no existe.
¿Un final feliz?
No, un final.


Leo y creo que esa niña soy yo, en otra vida, en otra época ... un placer siempre mi Winterson.

En el libro "“Amante fiel de la palabra y de su poder, con La niña del faro Jeanette Winterson nos invita a entrar en esa 'habitación propia' que Virginia Woolf amuebló hace muchos años, una habitación llena de mil historias que nos defienden de la soledad y hacen más llevadero el oficio de vivir.”

Pasaje de: Winterson, Jeanette. “La Niña Del Faro.”