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Bitácora en la Ciudad.

Cuéntame una historia ...

Cuéntame una historia ... Cuéntame una historia, Ana
¿Qué clase de historia?
Una con música de fondo.

Escucha. Era una estación como tantas otras, pequeña y olvidada. Como pequeña era la ciudad de la que huía. Estaba sola. Eché de menos a otros viajeros. Siempre me ha gustado observarles, destramar su recorrido, atisbar los libros que leen, medir su espera, disfrazar la mía…

Era una madrugada fresca, pese a que el sol del amanecer apuntaba a calor. Un día que había dejado de ser hermoso cuando decidiste partir y partirme. Ahora me iba buscando una casa a la que volver.

Estaba a punto de dormirme con la cabeza sobre la mochila cuando entró un anciano de ojos tristes. Tan tristes que yo, ya sin sueño, no podía dejar de mirarle. Junto a su vieja maleta dejó reposar una guitarra y una botella. Encendió un cigarro, bebió un trago infinito, se sentó en la maleta. Y cogió su guitarra. Durante lo que creí mucho tiempo no hizo nada, sólo dejar que el cigarro se consumiera en los labios. Pero de repente mi madrugada se llenó de música quejumbrosa y nostálgica. Gemía una canción de blues con notas tan profundas como un misterio. La voz del anciano lloraba lamentos serenos y mi piel cobró vida propia a ritmo de blues. Seguí su música como si fuera una luz en la que encontrarme.

Llegó el tren. El anciano, su guitarra y su voz se perdieron en la estación. Cuando volví a mirar ya no pude verle. Cierro los ojos y aún puedo oír aquella canción, que ahora, igual que entonces, me turba y me guía, como un faro en la niebla, hasta el epicentro del corazón. Todavía hoy, después de haber bregado por pasajes insólitos, encrucijadas inciertas, espacios sutiles, dudo razonablemente si aquel anciano, su guitarra y su canción de blues, poseen una presencia material o ficticia. Si es un recuerdo más del cementerio de lo fingido o imaginado, de lo que, al igual que tú, creí real y fue tramoya.

Cuéntame un cuento, Pew

¿Qué clase de cuento, pequeña?
Uno con final feliz.
En el mundo eso no existe.
¿Un final feliz?
No, un final.


Leo y creo que esa niña soy yo, en otra vida, en otra época ... un placer siempre mi Winterson.

En el libro "“Amante fiel de la palabra y de su poder, con La niña del faro Jeanette Winterson nos invita a entrar en esa 'habitación propia' que Virginia Woolf amuebló hace muchos años, una habitación llena de mil historias que nos defienden de la soledad y hacen más llevadero el oficio de vivir.”

Pasaje de: Winterson, Jeanette. “La Niña Del Faro.”

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